No es el rocío en el Itchimbia, ni la garua arrulladora de la selva amazónica, sino la sonora lluvia que golpea los tejados y las cabezas de los Yilanenses (ciudad de Yilan: ubicada en la costa Este de Taiwán a una hora en auto de la capital, Taipei) que viene con el viento de occidente, con el invierno…
Este soplo trae consigo un sinfín de coloridos paraguas, abrigos, guantes, también el vapor del té caliente y las aguas termales, y una nueva habilidad: manejar la bicicleta (mi actual medio de transporte) con maleta y sombrilla a cuestas, característica poco desarrollada en todos mis años de vida; mas nunca es tarde para aprender a sortear con una sola mano al volante, el tren, los peatones, los autos, los baches, los semáforos, las motos, los abuelitos y demás, camino al establecimiento educativo; en ese trayecto de aproximadamente 9 minutos, incluyendo la parada en la que compro mi desayuno, reconozco a diario otras rutinas que hacen fascinante mi recorrido.
Aquel muchacho y su uniforme azul marino, lentes, sombrilla celeste, y su voz que me dice en español:”hola!”, de camino a su escuela; el hombre de 50 años, con panza, sin pelo y una sonrisa sin un par de dientes, que vende cerca de las rieles del tren, pan con forma de huevo y con sabor a frejol dulce; la jovencita, de piernas largas y ojos negros, que vende pinlan (estimulante a base de hierbas medicinales, se mastica y a largo plazo causa cáncer bucal, y acorto plazo el enrojecimiento de ésta) cerca del semáforo; el hombre de avanzada edad, delgado de tez morena, curtida por los años, manos temblorosas, pero una fe y persistencia infinita, con las que enciende cada mañana el puñado de incienso, que dicen que eleva a los cielos las tantas oraciones que sin cesar repite mientras me alejo; el padre de ojos hinchados, rostro serio que a ratos frunce el entrecejo, en espera, de su mano danza una niña de cabello negro, lacio, trae una maleta rosa y unas botas chiquitas, se ríe, quien sabe y de mi; ya cerca del establecimiento educativo se encuentran en su restaurante las señoras de dulces voces, quienes me venden mi desayuno, una de ellas prepara rápida y deliciosamente mi sanduche de atún con pepinillo y sin huevo, mientras su compañera me da un vaso de té negro caliente, para contrarrestar el frio de la mañana; todas esas rutinas forman parte de la mía también, el gozo de compartir con la gente lo que para ellos y ellas es normal y que yo desde mi bicicleta admiro con ojos occidentales, ecuatorianisados, y me fascino, descubriendo una pasión por la observación, y desarrollando aun más aquella por la conversación, convirtiéndome en parte de la rutina de todos ellos al saludar, creando un vinculo con una sonrisa, internacionalizando el “achachay”.
Pero cambio mi domicilio, ahora vivo con una familia de cinco miembros, tres hermanos mayores, un padre golfista y amante de los perros, y una madre que no ha tenido la experiencia de una hija con un gusto excepcional por los crucigramas, en Yuanshang, lejos, una casa preciosa en medio de los campos de arroz, a 18 minutos de mi escuela en bicicleta, cada mañana veo al amanecer despertar conmigo, no tan lejano se oye un gallo cantar, aun no lo hacen shapu-shapu (caldo taiwanés en el que se cocinan una gran variedad de vegetales y carnes de todas clases, con tofu, y bolas de pescado, etc.), la mujer que coloca sobre su cabeza desde temprano el gran sombrero de paja, y se dispone a trabajar sus tierras, el hombre cuarentón que pasea su perro salchicha, las decenas de hombres en motocicleta que se reúnen en una oficina de empleos, las mujeres y hombres de avanzada edad que se reúnen en la escuela primaria a practicar Taichi, las aves que se reúnen alrededor del templo Budista a cantarle al amanecer o a cantar con los mojes, y aquel letrero que dice: “Unión”, aun no se que venden allí, pero me convence la idea de que es lo que hago aquí, de una u otra forma, unión entre naciones diferentes, lejanas, consideradas desconocidas la una con la otra, pero que en mi invaden con un mismo sentimiento tan extraño de hogar, de cobijo, de unión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario