martes, 22 de septiembre de 2009

Cuarto día en la Formosa

Ayer por la mañana, aquel buen hombre a quien llamo consejero, y quien me ha hospedado en su hogar, me llevo a nadar a una piscina pública construida algunos años atrás bajo el gobierno distrital de alguno de sus muchos amigos; yo me siento emocionada de poder ejercitar mi cuerpo aunque sea por una media hora, también me parece grandiosa la idea de ahogar este calor que me sofoca hasta el alma, así que muy complacida acepto la invitación. Llegamos a la piscina en menos de diez minutos pues está en el mismo sector, Lo-tung, me muestra el vestidor de mujeres y el baño y con una sonrisa me dice que me tome mi tiempo que el esperara afuera; entro al vestidor y tenemos todo a disposición: duchas, jaboneras, lockers, sillas, secadoras de cabello, papel higiénico; me cambio y salgo lista para nadar, tomo una ducha previa, ubicamos una banca para dejar nuestras maletas y entramos en la piscina, para mi sorpresa occidental esta piscina mide aproximadamente el doble de aquellas en las que yo había nadado anteriormente, así que tomo aire y pienso: reto a la vista, con una seguridad de poder nadar sin ninguna complicación, por mis dotes de deportista; pero me deje engañar por mi ilusoria mente, pues ni bien había dado tres brazadas ya jadeaba, me faltaba el aire, mis piernas se acalambraban y mis ojos buscaban desesperadamente una salida, pero no quería dejarme vencer tan fácilmente así que contra todo pronóstico me lance al agua nuevamente y seguí nadando hasta donde bien pude, que no fue mucho, pero poco a poco fue cogiendo mi ritmo, aunque aún no he logrado nadar toda la piscina de una sola, esas brazadas fueron de vital importancia para el dolor de espalda que me cargaba por haber dormido en estas camas de una dureza extrema, pues tienen los colchones un recubrimiento de bambú, que según dicen es bueno para la espalda, pero no para la mía.

Al volver a casa tomamos el desayuno con una vista exquisita, que podría ser mejor si aquellas fumarolas de las industrias no nos nublaran de vez en cuando la vista; aun así disfrute mi americano desayuno, por el cual debo agradecer a Tia, quien lo preparo.

El día transcurrió tranquilo, acompañando a Tia a hacer algunas diligencias y compras, compras donde adquirió algunas cosas para que mi paladar saboreara a modo de crítico culinario. Al momento del almuerzo me sirvieron mi arroz sin sal, y algunos platos en la mesa: nabos chinos en salsa china, puerco con salsa agridulce en nido de lechuga, cebolla y zanahorias en salsa china, y mango picado. Más tarde Tia me dejo saborear un helado de frejol rojo, muy nutritivo según decía en el empaque.

Al llegar las cuatro y sereno, Tia me llevo a comprar mi celular, indispensable para comunicarme con Ecuador, y me hice a la idea de que iríamos quizá a Yilan o incluso Taipéi! Pero solo caminamos tres cuadradas hasta una tienda de una vieja amiga de mi consejero quien me dio el 10% de descuento en mi nuevo teléfono celular made in Germany; salimos a paso apresurado de la tienda de teléfonos celulares y nos dirigimos hasta la oficina de mi consejero, donde el nos espera listo para las ultimas brazadas del día, de las cuales me rehusé a participar por temor a no volver del mar, asi pues subimos todos en el auto: Tia, Mao-Chang, yo y Toto (la golden de mi consejero Mao), nos encaminamos y en menos de diez minutos estábamos en la playa donde un gran y rojo letrero advertía el peligro de nadar en aquellas aguas. Caminamos lejos de aquel letrero y nos ubicamos en la arena, Tia, Toto y yo, a la espera de Mao; al poco rato se nos acerco un hombre de cabello semicano, lentes, gran sonrisa, y hablando ingles, lo que me sorprendió pues era un buen nivel de ingles, sin acento, y me pregunto si acaso yo venía de la India, lo que me arranco una gran sonrisa, sonrisa con la cual le aclare que yo venía de Ecuador, y así cayo la tarde en una amena conversación, y pude ver la luna en su cuarto creciente que aquí no forma una cuna, pero sigue siendo bella.

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